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La Revolución Industrial no hubiera sido posible
de no producirse una auténtica revolución de los transportes, ligada a la
utilización de la máquina de vapor en el transporte terrestre (ferrocarril) y
marítimo (buques de vapor). Inicialmente en G.B., las mercancías eran
trasladadas por medio de canales navegables.
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La transformación se produjo con la llegada del
ferrocarril puesto que multiplicaba la velocidad del transporte terrestre. Al
período comprendido entre 1835 y 1900 se le conoce como “era del ferrocarril”.
La invención fue obra del inglés Stephenson
el cual logró en 1814, que una locomotora con 30 toneladas de peso circulara a
una velocidad de 7 Km/hora. Su primera aplicación se dio en el transporte de
hulla en las zonas mineras.
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La red
británica fue pionera en el mundo.
Hacia 1850, ya estaban en funcionamiento las principales líneas que unían
Londres con el resto de ciudades y centros industriales. Fue a partir de
mediados de siglo cuando se construyeron redes ferroviarias en EEUU y el resto
de Europa. El tendido del ferrocarril puso en marcha recursos económicos y
humanos de elevada dimensión. La construcción
de ferrocarriles pasó a ser además de un sector potentísimo, uno de los
componentes esenciales de la tríada
capitalista junto con las fábricas
y los bancos. El ferrocarril se convirtió poco a poco en
un instrumento imprescindible de unión para los mercados y naciones. Todo
era ahora más accesible.
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La aplicación del vapor a la navegación,
permitió la construcción de buques de
mayor tonelaje, así como el aumento del volumen de comercio internacional y
el abaratamiento de precios del
transporte. Los canales de Suez
(1869) y Panamá (1914) fueron dos
grandes proyectos creados ante la necesidad de acortar el tráfico interoceánico.